Ese mundo, ese lugar.

He sufrido un ataque de cansancio y cobardía por el cual me encantaría ser un personaje de alguna novela, una de las buenas, o de alguna de esas series norteamericanas tan coloridas, tan llenas de fe y sueños en las que todo es perfecto y, ante todo, solucionable. Me apetece ser un explorador de la ficción porque no tendría que reaccionar de ninguna manera ante nada, simplemente recorrer una senda literaria, sintáctica y gramatical a través de la cual los hechos evolucionarían sin más problema, sin mayor trascendencia.

Pero es cobarde, claro, y no me gusta resignarme pese a lo muy cansado que me encuentro en esta noche. Sin embargo la sensación de derrota es tal, la apatía destilada de la estupidez gobernante y la codicia que impera en la gran mayoría, que resulta agotador, y estúpido al mismo tiempo pero no puedo reprocharme aquello que no puedo evitar.

Sin embargo no quiero ser un personaje… Ya que me doy a la costumbre de la angustia prefiero ser el escritor de la gran novela, la más grande, la que llevase a la palabra escrita las evoluciones, penurias, fracasos, éxitos y todo lo que hay en medio de esos extremos, de todos nosotros.

Escribiría sobre lo hermoso de la vida y de vivir; sobre los sacrificios que implica la necesidad, sobre la gratificante recompensa que el espíritu recibe tras el esfuerzo; hablaría sobre las delicias que entraña el pensamiento, y sobre la exquisita dicotomía entre la fe y la razón, y de esa mezcla tan explosiva que es la fe irracional en la razón; podría hablarse de esperanza pero la esperanza es para los momentos más oscuros en los que el hombre siente que no depende de sí mismo, así que yo hablaría de expectativas, de posibilidades; los milagros serían otra cosa, algo como el mero hecho de ser. Ser sin más. Ese es el milagro.

Trataría de hacer una historia sobre la auténtica libertad del hombre por la cual este viviría de, por y para sí mismo. Intentaría no caer en la trampa del supuesto progreso material, y nunca, nunca, cortaría la imaginación de los niños ni les diría que para qué siguen con eso si de eso no iban a ganarse la vida…

Entre otras cosas porque la vida la tendrían ganada con ser ellos mismos, con expresarse. Y no solo los niños. Todos. Todos podrían expresarse y cada cual recogería de la simiente que esparciese. Sin excepciones, sin dramas, sin más que el respeto. Sin necesidad del miedo, ni del ridículo, ni de lo políticamente correcto sino de lo honestamente correcto.

Me gustaría escribir sobre ese lugar y poder decir que la culpabilidad por no satisfacer expectativas, que el sentimiento de haber decepcionado a alguien, fuesen breves confusiones que se diluirían en el calor del clan, en la similitud de la conducta de todos y cada uno. En la igualdad a la que nos llevaría la libertad de ser sin hipotecar nuestro futuro.

Definitivamente tengo que hablar de ese mundo, de ese lugar. De mi reino de los sueños… De la ficción utópica y perfecta. Del Hombre y la Tierra; de la Tierra, el Sol, la Luna y el Hombre.

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