Madrugará mañana.

Posiblemente descansará poco. Se levantará en unas horas. Tal vez durmamos lo mismo, tal vez yo duerma menos horas, pero ella ahora está ocupada. Lo está preparando todo porque mañana quiere ver felicidad en el salón de casa. Quiere ver que nos reunimos todos bajo el manto mágico de la sorpresa y la ilusión. Bajo la sonrisa de la seguridad de tener algo para cada uno y también algo para todos.

Se acostará agotada tras el trajín de los escondites, de los trucos y los engaños divertidos para consumarlos en una sorpresa. Puede que ya esté incluso sudando. Puede que el agobio la esté mordiendo desde adentro, que no sepa muy bien cómo hacer esto o lo otro… Pero yo percibo su felicidad.

Ha venido a mí como una oleada. Una oleada salvaje e incontrable. De una fuerza descomunal, casi podría decir atroz, me ha invadido y ha inundado todo.

Las baldosas de casa, las paredes, todas las telas del hogar, el hogar que ella levantó pese a todas las adversidades de la vida y junto a las maravillas del mundo, tienen todo su olor impregnado. Todo su amor, todo su afán para que mañana sea mejor que en su infancia. En todos los aspectos.

Por eso aunque descanse poco esta noche se acostará feliz y dormirá feliz y tendrá sueños felices. Porque una madre es lo que hace, es lo que desempeña de la manera más natural, altruista, sufrida y orgullosa; una madre hace lo que puede y un mundo más por sus hijos, por su familia, que es a fin de cuentas su mayor patrimonio.

Y eso se ve en sus ojos. En días puntuales se percibe mejor… Porque se juntan la hija y la madre en la misma persona y se precipita el deseo de la primera a disposición de la habilidad de la segunda con un objetivo muy sencillo: que pese a la edad y la costumbre la magia sea palpable.

1 comentario

  1. Bruja said,

    enero 6, 2011 a 10:27 am

    🙂

    Qué bonito, peque. Espero que tu madre y tu hermana tengan la dirección del nuevo blog (si no ponla en un postit en la cocina, como el que no quiere la cosa ^^).


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